Architectural Design Archive
El jardín del adarve
Un territorio puede ser reconocido a partir de los fragmentos que componen su paisaje, de los elementos que dotan de identidad a un lugar. Las acequias son líneas de agua en el paisaje que separan el Secano de la Vega, un vergel donde crecen todo tipo de cultivos.

La ciudad de Granada ha sido regada por los ríos Darro y Genil desde época árabe, cuando la vega estaba ligada a la vida de la ciudad. Tras el embovedado del río Darro, y con ello, la pérdida de las acequias que partían de él, Granada empezó a dar la espalda a una Vega que había sido su origen.

Lo rural y lo urbano se enfrentan. El crecimiento incontrolado y la especulación urbanística borran la huella de todo pasado, a través de construcciones que nada tienen que ver con la historia del suelo que habitan.

En este contexto, se quiere recuperar la acequia del Cadí, que había sido entubada bajo una carretera y que ahora nos muestra de nuevo el límite entre el Secano y la Vega, para recuperar un paisaje perdido y deteriorado.

Varias intervenciones se inscriben en el paisaje a lo largo del trazado de esta acequia, entendiéndolas como fragmentos de un territorio que son parte de un conjunto:

Una piscina en el río que funciona como una presa, una arquitectura esculpida, un anfiteatro excavado en el terreno y una nueva forma de habitar la vega.

Podemos entender el proyecto como un gran jardín junto al río para devolver la Vega a la ciudad de Granada manteniendo su actividad productiva, como un gran parque agrícola que nos hace de transición entre la ciudad y el campo. Se trata por lo tanto de frenar la expansión de la ciudad hacia terrenos que no le corresponden, creando un paisaje que es fruto de la transformación del territorio.

El proyecto plantea una estrategia territorial para la transformación de un paisaje construyendo una arquitectura que surge de la lectura atenta del propio territorio y de su historia, a través de pequeños movimientos de tierra y ligeras modificaciones de los niveles del terreno.

Se reconoce la capacidad transformadora del agua en un paisaje como unión de sus fragmentos, creando un paisaje complejo a su alrededor, donde se tienen en cuenta todos los elementos que dotan de identidad al lugar. A su vez, se investiga un sistema constructivo que use tan sólo los materiales propios del lugar para que estos, después de su vida útil, vuelvan al mismo.